1 de 52

Cómo pasa el tiempo. Cómo corren los días. Cómo vuelan los meses. Como desaparecen los años. Hoy, 51. Mañana, 52. Casi enterarme. Parece que fue ayer cuando hablaba de corrido. Cuando las palabras surgían en mi mente sin tener que hacer un esfuerzo sobrehumano para encontrar el término adecuado y no el inventado o equivocado. Cuando canapé era canapé y no canalé, premisa era premisa y no primicia o “voy a sudarme” no quería decir “voy a ducharme”, y no tenían que interpretar lo que estabas diciendo. Parece que fue ayer, sí. Cuando al despertar cada mañana era capaz de saltar, literalmente, de la cama sin sentir ningún dolor. Hace ya mucho que el ágil saltito fue sustituido por la pregunta inevitable que me martillea constantemente, al despertar, cada mañana. ¿Hay algo que no me duela hoy? No, me duele todo. Pero estás viva. Y das gracias a Dios. Aunque te levantes por tiempos y para llegar al cuarto de baño te reencarnes en una des esas muñecas, llamadas Famosa, y vayas pasito a pasito para que tu cuerpo amanezca sin sobresaltos. Cómo pasa el tiempo. Cómo se nota su paso. Cómo se pierden las cosas, te pasas el día buscando. El teléfono fijo, hasta hace poco olvidado, recupera protagonismo para convertirse en el único aliado capaz de encontrar a su rival, el móvil. Cómo se pierden neuronas, cómo cuesta recordar lo inmediato. Perdón, ¿a quien estoy llamando?, preguntas avergonzada. Pocos minutos después llegas hasta Alcobendas cuando tu destino era Valdemoro, y frenas de sopetón con el semáforo en verde, cuando jurarías que estaba en rojo. ¿Qué hago aquí? Mi cerebro ha sufrido un colapso. Algo ha pasado que no computo. Lo sé. Pero no pasa nada. No se lo piensas decir a nadie. Ni eso, ni que te has pasado el día mandando whatsapp al móvil de tu amiga para decirle que se lo ha dejado en tu casa y puede ir a recogerlo. ¿Cómo se iba a enterar si lo tienes tú? ¿Y que más da? Si ella está mucho peor. El otro día se olvidó a su madre en la puerta de su casa. Le dijo. “Mamá, baja que te recojo en 5 minutos”. Y hasta hoy. Menos mal que ellas, las madres, están mucho mejor que nosotras. Y nos recuerdan. Que habíamos quedado. Y nos perdonan. Porque son madres. No como otros.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*