Aquellos maravillosos años

Los hijos. En concreto hoy, la hija. La mía. Con la que tengo la “inmensa” suerte de compartir prácticamente la misma talla de ropa y de zapatos. Esa maravilla de 19 años que sin miedo ni vergüenza arrasa con mi armario cuando y como quiere. La misma -no tengo otra-, a la que hace un par de años le robaron mi cazadora de cuero. “La” cazadora. La que conservaba como un tesoro dada su calificación de vintage. La que le prohibí ponerse hasta que la intensidad de sus ruegos fue superior a mi paciencia y se la dejé antes de que pudiera conmigo. La que me prometió no quitarse aunque bailara como una poseída y el calor acabara derritiéndola. “María que te la van a robar”. “No mamá, te lo prometo que no me la voy a quitar en toda la noche. Imposible que me la roben”. Y se la quitó. Porque estaba achicharrada. Y se la robaron. Porque la dejó tirada. Y me lo ocultó. Durante dos meses. Compinchada con mi Él. Al que le quita mi hijo un momento el desodorante y tiemblan los cimientos de la casa.

Pero su niña es su niña. Y ante el terror que reflejaba su mirada, solo de pensar que debería de confesarme la desaparición del tesoro, se unió a ella. Su Ellita. El tiempo pasa y Ellita olvidan este tipo de “tonterías”. La llamo en un momento de amor-¿o egoísmo?- para comprarle unos vaqueros iguales a los míos que tanto le gustan. Después de no sé cuantas intentonas (¿sus hijos les cogen el teléfono a la primera?) y yo con un mal humor creciente de forma proporcional al número de veces que me salta su contestador, por fin, me llama. Bramo. “En cuanto te vea me devuelves el móvil, porque estoy harta. Etcétera, etcétera”. Se lo sabe de memoria. Es muy lista, escucha sin contestar. “Martita, (¿se pueden creer que ahora me llama así?), no te enfades que estaba en clase. Acabo de llegar a casa”. Veo su sonrisa guasona. Sé que dice la verdad. Me siento polígrafo. “Vete a mi armario y pruébate mis vaqueros, esos que  tanto te gustan, para ver que talla te compro”. Su respuesta fue rotunda. “Si  me los he probado y me los llevo a Sevilla. Ya lo tengo en la maleta. Martita”. Sufro un síncope. Lo suyo no es valor. Lo suyo es ¿osadía?, ¿intrepidez?, ¿bravura?. No. Lo suyo es inconsciencia. La que le aporta la edad. Esos maravillosos años. En fin. Los míos tampoco están mal. Les tengo que contar. Tengo una cita. Se llama Channing Tatum. Pero no se lo digan a nadie. Menos, a mi hija. Bastante ha hecho con llevarse mis vaqueros. Bendita edad de la inconsciencia. Estos maravillosos años…

 

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