¿Cambiar o descambiar?

Hasta hace nada estaba convencida de que era imposible “descambiar” las cosas. Algo en lo que coincidía con mi prima Paz, instigadora de que escribiera sobre este término tan en uso. Para cerciorarme y no meter la pata investigué y descubrí que estábamos equivocadas. Que la ropa, por ejemplo, no solo se cambia, sino que también se descambia, hecho típico en el universo femenino. Compras una prenda de forma compulsiva y antes de llegar a casa sabes que no era para ti. En el mejor de los casos lo cambias -Paz y yo así lo haríamos-, en el modo actual lo descambias y en el peor lo escondes en el armario hasta que te acuerdas y ya no puedes hacer nada porque el ticket ha caducado o en su defecto lo has perdido. Entonces llega el drama en forma de arrepentimiento. ¿Por qué lo compré? Si tengo camisetas de sobra y estoy sin un euro. Es un momento amargo. Tampoco lo puedes regalar porque si no te gusta como le vas a hacer esa faena a la persona hipotéticamente agraciada. Vuelve al armario con la etiqueta colgando y se convierte en el delator de tu pecado. Lo que me lleva a pensar lo que cuesta a veces desprenderse de la ropa. Yo soy un desastre. Por pereza y por miedo. Por pereza, porque solo pensar en decidir se me quitan las ganas. Me convierto en desidia y con ella convivo hasta que un ataque de diligencia se apiada de mí y me pone en órbita. Por miedo, porque me aterra la idea de lo que me espera. Por eso entrecierro los ojos, me sumerjo en su interior y en un ataque de insensatez tiro todo sobre la cama. Esto sí, esto no, esto me lo pruebo (¿o se dice despruebo?). Aquí aparece el terror. Al probarte, cuando compruebas que la ropa en el armario encoge. Que es imposible que esa camiseta antaño amplia se te pegue y no baje de la tripa. Que no. Que algo pasa. Como el pantalón estrella de la temporada pasada. Que no te cierra. Lo intentas como sea (te tumbas en la cama, metes tripa, te pones de puntillas) hasta que revives el instante fatídico en el que el botón estalla. Da igual. Sigues en lo tuyo. La ropa encoge. Y este pantalón vuelve al armario por narices. Estaré hinchada. Claro, que tontería. La ropa encoge y yo me hincho. Ya cambiaré. ¿O descambiaré?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*