Candy Crush. No soy la única. Pero si la pionera.

Mis queridos amigos. Ante la importancia del juego en estos momentos, Candy Crush, protagonista sin duda del Debate del Estado de la Nación, me piden sin parar que les ponga de nuevo las líneas que escribí sobre el mismo, para todos aquellos que todavía no me conocían. Por tanto me permito la osadía de colgarles de nuevo con el deseo y la esperanza de que no sean duros en sus críticas ante una mujer adicta. Ay, Dios mío, el juego. Ese juego que desvaría más todavía la revuelta política de este país. Celia, pobre Celia. Sin comentarios de más. Me callo. yo soy adicta. A Candy

Soy una mujer adictiva. Reconocerlo públicamente, a los 51 años, no es fácil. Paso de una adicción a otra de forma descontrolada y cuando me sumerjo en ella el mundo deja de existir para mí. No hijos, no marido, no madre, no hermanos, no amigos, no perro, no deporte, no nada. Golosinas, solo golosinas. Verdes, amarillas, azules, rojas, naranjas. Redondas, curvas, cuadradas, rayadas. Las busco, las junto, las alineo, las transformo, las mezclo, las destrozo, me las trago. Vivo por y para ellas. Un momento libre y me empacho. Golosinas, solo golosinas. Atracción fatal. Lo confieso. Me he enganchado. Pero no, no estoy sola. Es un mal generalizado. Se habla de más de 25 millones de personas que, como yo, se atiborran de caramelos, gelatinas, chocolates o habitas día y noche. Mal de muchos, consuelo de tontos, dicen, pero yo debo ser lerda perdida porque ni así me tranquilizo. La culpa de todo tiene nombre y apellido. Se llama Candy, y se apellida Crush. O sea Candy Crush. Y es un juego. Sí, ¿qué pasa? Por lo menos lo confieso. Me he hecho adicta a este rompecabezas que causa furor en cualquier pantalla que se precie de serlo. Una vez más, he tropezado en una piedra parecida. Si antaño Apalabrados hizo que mi vida familiar se tambaleara, ahora Candy la ha hundido del todo. Vivo aislada. Les huyo. Me escondo en lo que ya es mi hábitat natural, el cuarto de baño, dónde juego sin emitir palabra (algo bueno tenía que tener, querido) y ruego para que nadie tenga el valor de interrumpirme. Que yo por mi Candy mato. Estoy poseída. Tanto es así que yo, que juré no tener Facebook, ya tengo. Y no se engañen. Que voy de profesional (qué bien, así comparto mis columnas) y es mentira. Lo hice para conseguir vidas. Para no morir en el intento. Porque en esta maldita adicción cuando consumes tus cinco vidas, o compras nuevas (me arruinaría), o esperas un tiempo sin jugar (no veo un panorama más horrible) hasta que las recuperas, o te las dan tus amigos de Facebook. Sí, quiero. Tener ese millón de amigos. Como RC. O sea Roberto Carlos. Que no CR. O sea Cristiano Ronaldo. Que o lo encajo o me muero. ¡¡Ole, ole, ole, Cholo Simeone!! ¡¡Aúpa ATLETI!! Manque pierda. Y me quedo tan ancha.

A Candy.

 

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