Con solo una mirada

 

 

 

Un gesto, una mirada, una señal. Expresiones casi imperceptibles, ligeros movimientos efímeros pero cargados de un valor incuestionable. Poseedores de una fuerza infinita capaz de cambiar el rumbo del destino en solo un instante. Una cena con amigos, vas a hablar de algo sin pensar que no deberías “Él” te mira y sientes sus dientes apretados como si mordieran tu conciencia. Es su manera de empezar. Hablas de más. Y lo sabes. Pero no te agrada la expresión que ha tomado su rostro, mueves la cabeza ligeramente, de lado a lado, con una mirada que adquiere la forma de una construcción interrogativa. La tensión se avecina. Levanta las cejas en una expresión de expectación crítica y le dices con la mirada que no siga, que no va por buen camino. Pero algo que ve en ti le cambia la expresión del rostro y con un gesto, casi tierno, se toca ligeramente la nariz para indicarte que algo asoma por una de tus fosas nasales. Por supuesto crees que es la fosa contraria. ¿Por qué siempre pasa lo mismo? ¿Es el efecto espejo? Me sonríe -la felicidad extrema- y me indica con una señal imperceptible que es en el otro lado. Las cosas van por buen camino. Pero los nervios me juegan una mala jugada y con el encefalograma más plano que nunca y el rubio en sus máximas, voy y retomo la conversación inicial, la que no debía, con la que casi me cargo la velada. Esta vez con razón recibo una nueva mirada, casi calificable de asesina. No sé que hacer. Aprieto los puños en señal de nerviosismo, “Él” pega constantes golpecitos (odio los “itos”) con los dedos impaciente y mis labios tiemblan de la tensión. Ojalá al menos consiga con ésto un efecto lifting. Que hay que ver como tengo el famoso “código de barras”. Pero eso no lo debo de decir en alto. Gracias las justas. Mis ojos adquieren un brillo especial y a punto estoy de llorar. Cruzo la mirada con el camarero y en ese gesto sin sentido que realizas con la mano en el aire y que él entiende perfectamente, le pido la cuenta. Suspiro de alivio. Y recuerdo las palabras cargadas de razón de Oscar Wilde. “Si usted quiere saber lo que una mujer dice realmente, mírela, no la escuche”. Pero le faltó un detalle. A una mujer, o a un hombre. Que en eso si que somos iguales. 

 

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