Deporte en pareja, ¿arma letal?

Estoy desconcertada. Entre los estudios que guardo para alimentar estas columnas, recojo unos que hablan de los beneficios que genera para la salud hacer deporte con tu pareja. Sigo desconcertada. Según los mismos, entre otras cosas, alarga la vida (todavía no lo sé), mejora las relaciones sexuales (no me pronuncio), libera más endorfinas (me gusta) e incluso hace perder más peso a las mujeres. Si no lo leo no lo creo. Siempre he pensado que si la convivencia ya es difícil de por sí -en vacaciones es punto y aparte- practicar deporte con tu “Él” puede convertirse en un arma letal para la pareja. “La parejas que juegan juntas se mantienen juntas”, leo. Ah no, por aquí no paso. Se mantendrán juntas por lo que sea, pero no por jugar juntas. He visto matrimonios que casi se matan en una pista de padel. Hay que ver sus caras. Y sus comentarios. Normalmente, y no se ofendan, de “Él” a “Ella”. Que si no corres, que si pareces una estaca, que si estás mal colocada. Al final la pobre arrinconada y con más miedo que vergüenza, ve como “Él” vuela por la pista, va a por sus bolas, las de ella y casi las de la pareja de enfrente. Las caras de “Ella” un poema. Odio no sería el término exacto.
¿Y los que juegan juntos al golf? Hace unos días viví una experiencia que me recordó a un maravilloso cuento que leí de Emilia Pardo Bazán, “El velo roto”, que narra con maestría el por qué una novia le dio un no rotundo al novio cuando el sacerdote le preguntó si quería casarse con él. Si lo leen, se lo recomiendo, me entenderán. Porque la culpa de todo la tuvo una cara, la que puso el que se creía futuro marido, ante un hecho sin importancia que cometió ella justo antes de la ceremonia. Parecida, seguro, a la que puso mi amiga el otro día cuando, harta de aguantar a su marido en modo “profesor” en el partido de golf, dio un golpe malísimo que fue en sentido, casualmente contrario, al que le había dicho “Él”. Al no ver donde había caído la bola, no le quedó más remedio que preguntarle, a lo que “Él”, casi sin mirarla, respondió: “detrás del pino”. Había un pinar. No digo más. El rostro de ella lo decía todo. En este caso, el novio, hubiera dicho no. Lean el cuento.

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