El ejemplo

Tener 15 años y enfrentarse, repentinamente, a una dura enfermedad no debe ser fácil. Tener una hija de quince años y enfrentarte, de repente, a la enfermedad que se manifiesta en el joven cuerpo de tu hija, tiene que ser duro. Durísimo. Para la primera y para la segunda. Para el padre y para las hermanas. Para los abuelos, los tíos, los primos, los amigos. Para todos los que la quieren. A la niña. A Carlota. Nombre de origen germánico, variante de Carla. La que es fuerte. Como ella. Que ha hecho de su enfermedad una lección de vida para que el camino, el suyo y el de todos, se haga menos espinoso. Aunque éste se llame cáncer. Y sea un arduo camino por recorrer. Pero ella, Carlota, ha decidido afrontarlo con naturalidad, sin tonterías, para demostrar que la madurez no está enfrentada a la adolescencia y para hacernos ver que la fuerza de una sonrisa es suficiente para iluminar hasta las etapas más oscuras. Como su sonrisa, espectacular, esa que a pesar de los pesares, no desaparece ni en los momentos más complicados y hace de su nombre un sinónimo de ejemplo. Carlota. El ejemplo. Uno de los mejores que he recibido en mi vida. Fue ayer, y por partida doble. El que me dio ella y el que me dio su madre, Flavia, cuando llegó el temido trance de afrontar los cambios estéticos que se producen como consecuencia del tratamiento de la enfermedad. El lugar escogido, el mejor. El centro de la peluquera Ángela Navarro, una mujer que desde hace años está dedicada en cuerpo y alma a ayudar, junto a sus hijas, Ana y Bea, a cuidar la estética de muchísimos enfermos.
Si para una mujer madura no es fácil, imagínense para una niña de 15 años. Todavía estoy noqueada. De cómo se enfrentó al momento. De cómo logró sonreír – incluso reír a carcajadas ante determinadas situaciones-, para convertir en alegría la tristeza y hacer de la coquetería su bandera para lidiar con entereza este nuevo desafío. Hubo instantes calificables de surrealistas. Que guardaré en mi corazón como el mejor de los regalos. Que conservaré en mi memoria por encima de todo. Que, aunque me hicieran sentirme muy pequeña como ser humano ante ella, me ayudarán, seguro, a aprender a crecer. Gracias a ti, Carlota. Y a tu madre. Sí, gracias por partida doble.

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