El síndrome del abanico

Es mentar el término y provocar un sofoco. Por causas fisiológicas o por ese pudor femenino de evitar la circunstancia. Dios me libre. De mentarla. Adivina, adivinanza. Del griego “mens”, que significa mensualmente, y “pausi” (qué monada), que significa cese. Se define como se define, que yo no pienso definirlo. Más pistas. Un estado natural que es todo menos natural. A los cambios me remito. Una etapa más a añadir en la sufrida vida de la mujer, cuyo proceso de iniciación (que no de adaptación) comienza desde el mismo momento que lo dices. “¿Hace calor o soy yo?”. Date por perdida. A partir de entonces ya nada volverá a ser como era. El termostato a su antojo y tú al antojo del termostato. Ahora subo, ahora bajo, ahora me incendio, ahora me salgo. De cualquier límite establecido. Cómo, cuándo y dónde quiere. Un golpe de fuego abrasa tu organismo y las glándulas sudoríparas comienzan a trabajar en pleno dominio de sus facultades a velocidad vertiginosa. Alcanzan máximos históricos. Y provocan el llamado proceso de transpiración alarmante, caracterizado por la espesa humedad que cubre cada milímetro de tu epidermis, casualmente seca, reseca, hasta ese momento y por culpa, lo que son las cosas, de ese mismo estado. Para que luego digan que no hay quien nos entiendan. A las mujeres. Sometidas de manera continúa a una doble tortura de adaptación termostática. Y sin posibilidad de queja. Porque a ver quien tiene el valor de confesarlo. “¡Qué ordinariez, de eso no se habla”. Y el cuerpo del delito de cuerpo presente. El propio (en claro proceso de descomposición), con el añadido del “kit delator”: pinza/goma para el pelo + abanico. Con los que paliar el arrebato y evitar en la medida de lo posible la transpiración (las mujeres transpiran, no sudan). Eso me cuentan. Qué yo de esas cosas no entiendo. ¡Dios me libre! Por segunda vez consecutiva. De la pinza y del abanico. Causante de un nuevo síndrome a estudiar. El de las manos inquietas. Casualmente de las que están en “pausi”. De la “mens”. Qué fuerza. Qué poderío. Qué brío. Qué velocidad. De derecha a izquierda, de izquierda a derecha de delante hacia atrás. Como sea. Con tal de huir del enemigo. “Hija, que te vas a delatar”. Qué sofoco.

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