Cualquier parecido con la ficción es pura coincidencia. Vaya por delante la primera aclaración. Ni un ápice de exageración. Vaya por detrás la segunda aclaración. Me disponía a escribir con las ideas tan poco claras como de costumbre, cuando Murphy, con su Ley a cuestas, se manifestó en su versión más cruel a primera hora de la mañana. Ordenador en mano y con el sueño de ver cumplido aquello de “al que madruga Dios le ayuda”, esperaba ver llegar ese instante de brillante inspiración, cuando el timbre de la puerta me alteró. Me encontré con un empleado de Telefónica –desde hoy de baja con trastorno de ansiedad-, que iba a instalar el cable de fibra óptica. Justo en ese momento. No podía ser en otro. A dos horas de la operación a la que debía de someterse una de mis adoradas hermanas; a tres, de que mi hija se fuera de viaje (con todo lo que conlleva que una adolescente se vaya sin tener absolutamente nada hecho justo antes de irse); a cuatro de que mi hijo, apodado “el soñador”, tuviera la recuperación de ese examen “que no entiende por qué le han suspendido si le salió para diez”; y a cinco de entregar esta columna. Alteración al cuadrado. Llamé a mi marido a la oficina con un grito casi histérico y le eché la culpa de todo. Fue un acto reflejo. El problema es que al otro lado del teléfono no estaba él. Era una compañera de trabajo. Él, mi marido, estaba de camino a casa porque yo, su mujer, le había avisado de que el señor de Telefónica vendría en media hora, hecho que, por cierto, no registro en mi memoria. Apenas eran las 9 y 30 y mi hogar se transformó en “tsunami”. Él, mi marido, entró como una exhalación; él, el hombre de Telefónica, arrampló con todo aquello parecido a un cajetín para encontrar la conexión perdida, moviéndome de un lado para otro de la casa hasta hacerme acabar en el cuarto de baño, ordenador en mano, mientras el pequeño él, el perro, insistía en hacerse con una de sus piernas; ella, mi hija, superó con creces cualquier expectativa y él, mi hijo, se la cargó. Por estar ahí. ¿Les parece poco? Porque inspirada no estaré, pero rellenar, hasta el último espacio. Media hora en la vida de una mujer. Y punto.