Exámenes finales

Estamos de exámenes. Y cuando digo estamos, digo bien. Todos. Bueno el padre, menos. Cuando llega a casa la guerra ya ha estallado y con su presencia, en vez de firmar la paz, inicia una nueva batalla. La del padre adorable que ve como la madre histérica monta el pollo al hijo correspondiente por algo relacionado con los exámenes. “Si le enervas así cómo pretendes que se concentre para estudiar”. Le miras anonada, por decirlo de una manera estúpida. Llevas todo el día luchando. Entonces oyes:“Papá tiene toda la razón”. Sin comentarios. De la acertada llegada del jefe de familia, que te convierte en la enemiga número uno de la misma. Incomodas. A todos. Incluido al perro. Tu presencia desprende una energía cargada de iones negativos que afectan el orden afectivo estacional. Porque en esta época, en la que el calor de por si ya te irrita, ni les cuento los estudios.
Me llama una amiga y me dice en un susurro. “Perdona que hable tan bajo, las niñas están estudiando. No puedo ni moverme para no hacer ruido”. Muero de pura envidia. No se si sería capaz de superar algo tan hermoso. Sentiría una paz infinita. Mi corazón, pletórico, se hincharía de orgullo y llamaría al resto de mis amigas solo para hablarles bajito. Susurrando. Y darles envidia. Al decirles que no subo el tono porque los niños estudian. En su defecto me oigo a mi misma. “¿Podéis bajar la música? Es imposible que estudiéis así”. Y si por un milagro sucede, me pongo tensa. Algo pasa. Sigilosamente, como creo haber hecho en múltiples ocasiones, abro la puerta de sus cuartos, para sorprenderles. Y si por un casual me encuentro a uno sumergido en un mar de integrales, me quedo paralizada. Como ahora. En la que solo muevo las manos por deber profesional. Y pienso. En lo que me dice mi descendiente al verme. “¿De verdad crees que esto me va a servir para algo en mi futuro? ¿Has llegado a conocer en tu vida el valor de la “x” ?” Contesto lo establecido. “Da igual, te sirva o no, lo tienes que estudiar”. Pero no me quedo contenta. No le falta razón. Entonces me meto en Internet, y por esas cosas del azar, se cruza un vídeo en mi camino. El protagonista de una de mis próximas columnas. El que tanto me ha hecho reflexionar. Algo tiene que cambiar.

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