Esquí, deporte de riesgo. Eso dicen. Aunque a determinada edad el riesgo está fuera de pista. Está claro. Antes o después de esquiar. En el peor momento del día, en el que te tienes que poner esos monstruos de botas, o en el mejor momento del día, cuando te las tienes que quitar después de esquiar. Una lumbalgia al agacharte es una posibilidad tan presente que hay que tener mucho cuidado. Muchísimo. Tanto que, ante la falta de elasticidad del cuerpo a estas alturas, lo mejor es pedir una mano amiga. Había que vernos. Al grupo de amigas que, un año más, desde hace 40 (qué horror, esto no lo he escrito yo) decidimos hacer una escapada a las altas montañas. A esquiar. Sin pensar siquiera lo que conlleva practicar este deporte a determinada edad. Como si de un grupo de adolescentes se tratara planeamos el viaje con una ilusión increíble. Al grito de “solas, solaaas, solaaaas” todo es más fácil. Por las mañanas, con la calma. Con tanta, que hay días que cuando vamos a comprar el forfait no sabemos si compensa sacar el de día entero o el de tarde. Pero eso después de la pesadilla. El momento de calzarte las botas. El infierno. Que se puede convertir en el paraíso al descubrir que te entran sin esfuerzo, como por arte de magia. Hasta que descubres que no son las tuyas, que son las de tu marido. Como le pasó a una de las amigas. ¿O fue a mí? No me acuerdo. El caso es que ante el disgusto no sopesó la idea de alquilar otras y decidió usarlas sin pensar en el riesgo de esquiar con los pies sueltos. Pues no me pregunten cómo lo hizo pero no se cayó ni una vez. En pistas. Fuera, ya es otra cosa. Porque fue llegar al guarda esquís, resbalarse y destrozarse una rodilla. La pobre. Claro, la culpa la tuvo su Él. Por dejar las botas al lado de las suyas y no avisarle. Estuvo dos días sin esquiar. Lo mismo que otra. Que se cayó de lo alto de un taburete de una cafetería en un descanso del descenso, y se dejó el coxis clavado allí. Las otras nos moríamos de risa (¿por qué te hace tanta gracia que alguien caiga?) hasta que llegó nuestro momento. De descubrir que el esquí, sí, es un deporte de riesgo. Fuera de pista. A pesar de todo, volveremos. Creo.