Ha pasado de ser una depresiva feliz a una eufórica feliz, de ver la televisión las 24 horas -mintiendo a su marido diciéndole que no había parado en toda el día-, a no dejar de hablar y, lo peor, ávida de comprar sin ton ni son. El médico le cambió la pastilla para unos dolores que sufre y ha mutado. No se sabe si por la ausencia de dolor o por los efectos de la química. Pero es otra. El marido, a punto de la bancarrota, aguanta. Todo con tal de verla feliz (¿o será tranquila?). Mujeres. Con esa alteración del humor a veces imposible de controlar. Y ellos…pobres. Hoy rompo una lanza a su favor. E imagino. A una Ella, que escucha por enésima vez de la boca de su Él aquello de “¿dónde está mi camisa azul?”, y en vez de contestar, porque lo sabe, se enerva y se enfada. Tranquilidad. Ellos tienen visión “túnel” y si no lo encuentran delante de sus narices no lo ven. No entienden de periferia. No hay que ser tan mala. Porque ellos bajan al coche si a ti se te ha olvidado el móvil -también por enésima vez- para descubrir, sí o sí, que sigue en tu bolso. Y aguantan. El trepidante ritmo que marcan nuestras hormonas. A su libre albedrío. Hasta que se cansan. Que tampoco son tan santos. Que hay que ver la bronca que le montó un Él a su Ella por el mero hecho de dejarle en su coche sin la llave inteligente. Menuda tontería. Ella no tuvo la culpa. La culpa es de la tecnología. ¿A quién se le ocurre inventar un coche que arranca sin tener que meter la llave en ningún agujero? Ella, que conducía, decidió parar a hacer unos recados andando y se fue mientras Él se cambiaba al asiento del conductor. Allí se quedó. Sin poder arrancar. Soportando bocinazos, gritos e insultos de esos amables conductores que pasaban por la zona que bloqueaba. Hasta que pudo explicarse. Y se formó un corrillo de hombres que acabaron hablando. De mujeres. Que no saben ni a dónde van. Que si la de uno llegó a Sevilla cuando se dirigía a Albacete. Que si la de otro le llevó a una boda un sábado y era el domingo. En fin, concluyeron: la dura realidad es mejor que la falsa esperanza. La progresión del carácter. El absurdo. En su estado más puro. La mujer de la llave sigue huída. En busca y captura.