Marchito sea. El duelo del cuerpo.

Estoy de prácticas. Como mi hijo mayor. Que casi me mata del susto el primer día que se iba a trabajar -¿o se dice “practiquear”?- con su traje y su corbata. Imposible que fuera mío. Qué impresión. Me hizo hasta dudar. Yo tan joven, tan lozana, tan rozagante, no podía haber dado a luz hace tanto a este hombre tan grande. Me fui directa al espejo. El reflejo de mi imagen fue tajante. Sí, es tuyo. El niño. Me deprimí. Algo. Entonces tuve la genial idea de coger un espejo de aumento -ese que escondí el mismo día que compré- y analicé mi rostro. Los comentarios sobran. No había vuelta atrás. Me metí en faena y empecé la lista. Era hora de alicatarme. De la cabeza a los pies. Revestirme. Renovar mi exterior, tan deteriorado con el paso del tiempo. Me tomé el día. Primera obsesión, la de siempre: la persiana que cubren mis ojos. La pesada piel de los párpados que hace de mi mirada una delgada línea.
Incapaz solo de imaginar someterme a una cirugía estética, navegué poseída por “La Polvera” , sin duda el mejor blog de belleza que existe, el de Teresa de la Cierva, para encontrar soluciones con las que disimular lo marchito. ¿Les cuento? ¿Les confieso? ¿Me descubro? ¡¡Me he teñido y rizado las pestañas!! Y de pronto tengo ojos. Iguales pero diferentes. Incluso más grandes, lo prometo. Aunque juraré no haberme hecho nada en mi vida, no he sido capaz de resistirme a escribirlo. En un centro, Chi Spa, con una técnica nueva y maravillosa que me va a convertir en la mirada más felina del verano. Cuando me vea “Él”, muere. De amor, por supuesto. Qué nervios. Tras poner el primer baldosín, continúo el alicatado en el templo de la belleza, el centro de Maribel Yébenes, donde tras despojarme de toda célula muerta -o sea de todas- para renovar mi piel, me enchufaron a la más avanzada tecnología para hacer de ese “blandibú” de masa corporal un algo más tenso. A espera de los resultados. Que seguro que son geniales. Porque sigo en prácticas. Como mi hijo. Pero en sentido contrario. Él, para alcanzar un futuro. Yo, para suavizar un pasado. Que despropósito. Eso sí, sin agobios ni estupideces. Sencillamente aprendiendo. A pasar el duelo del cuerpo. Marchito sea.

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