Sola. Alejada de mis seres queridos durante unos días. Inmersa en un retiro impuesto por la necesidad de entregar esa ilusión a la que me comprometí, en la fecha límite. ¿Cuándo aprenderé a trabajar sin presión? Sin la mía propia y sin la que me imponen los de alrededor con esa pregunta que ahora parece solo poder decirse en inglés .¿Deadline? No sé, no contesto. O si sé, pero no quiero. La constancia jamás ha sido una de mis virtudes. Soy una mujer discontinua. Lo cual no está enfrentado al esfuerzo. Por si acaso. Que cualquier desliz es suficiente para estar en boca ajena. Eso sí. Es condición sine qua non -hoy me salgo con mi dominio de las lenguas- para que el esfuerzo se traduzca en un gran esfuerzo.
El deadline. La fecha acordada. Esa que aunque no quieres que llegue no ves el momento de que lo haga, para quitarte el peso que agota tu estómago desde hace meses. Van andando los días y los dejas pasar con la apatía que te produce el miedo de no cumplir con el compromiso adquirido. Una alarma, viva y permanente, suena en tu conciencia y no te deja descansar. Su sonido, angustioso, repetitivo, machaca tu calma. Hasta que el calendario pierde su grosor y cada vez se hace más fina la línea de los días que te faltan para la fecha de entrega. Ya empezaré, ya seguiré, ya acabaré. Rememoras, no sin cierta añoranza, la época de estudiante -esas largas noches- y tus sentimientos no difieren en nada a cuando te enfrentabas, sin tiempo, a los temidos exámenes. Todo a último hora. Justo lo contrario que has intentando inculcar a tus hijos. La historia se repite. Una madre más. Con hijos universitarios y con la capacidad de poder dejarlos solos. Con Él. Unos días en los que la soledad ha estirado cada hora de su vida para prestar constancia en el trabajo y con los suficientes intervalos de descanso para poder pasear, leer, ver una película o disfrutar de una puesta de sol. ¿El tiempo bien aprovechado? No. El tiempo es tuyo. Solo para ti. Cómo he disfrutado. Como he llenado mis horas de esfuerzo, ocio, constancia. No sé si me parece bien lo que les voy a confesar. Pero he sido feliz. Muy feliz. Y no he echado de menos a nadie. ¿Quizás al perro? Bruce, mi Bruce.
se dice deadline, marta