Navidad antes de Navidad. A vueltas con el árbol.

Me siento en el suelo. En mitad del salón rodeada de cajas de cartón. Embaladas. Tal cual las dejé el pasado año en el trastero al llegar ese 7 de enero que tanto ansío. Para cumplir esa promesa tantos años realizada de decorar la casa de Navidad antes de que se pase la Navidad. Los miembros de la familia, incluido Bruce, el perro, han desaparecido. Intuyendo la que se podía montar me han abandonado a mi suerte. Y aquí estoy. Con el día a punto de decirme adiós y la noche oscureciendo mis pocas dotes de decoradora navideña. Mi mirada se queda fija en la caja que sirve de hogar al árbol de Navidad. El árbol más feo, según mis hijos, que han visto en su vida. No les falta razón, pero es el que le has visto crecer y me niego a romper la tradición. De que sea él, que no “Él”, el que se presente erguido en su rincón de siempre. Erguido. Ilusa de mí. Porque es sacarlo de la caja y comprobar que esas ramas artificiales, además de perder tantas hojas, han perdido rigidez. Y por mucho que lo intento, difícil me resulta que apunten a donde es debido. Tras poner de soporte unas cajas de madera y taparlas con disimulo (sonrío al ver que sigo con las mismas telas de antaño) saco el soporte del árbol, lo monto, y cuando lo voy a asegurar, suena el teléfono, salgo corriendo y oigo a mis espaldas un ruido que no me gusta. Ha caído. Sí, ha caído. Y al hacerlo, más hojas se han desprendido de sus ramas. Es otoño. Aunque sea artificial. Vuelvo sobre mis pasos y comienzo de nuevo. Consigo que se sujete y comienzo a colgar todo aquello que guardo para decorarlo. Sonrío. No sin cierta tristeza. Cuando veo la estrella que me dibujo mi hijo con apenas cuatro años. Cuando descubro el Niño Jesús que me hizo mi hija a esa misma edad. Otro año más. Otra Navidad más. El tiempo pasa tan rápido que este tópico tan típico me hace abandonarme en mi propia melancolía y soy incapaz de seguir. Ahora los niños, porque siempre serán los niños, tienen 21 y 19 años. Hacen sus planes para fin de año. Probablemente sea el primero que pasemos sin ninguno de ellos. La vida pasa. Un año más. Y de nuevo incumplo mi promesa. Soy incapaz de decorar. De decorar la casa de Navidad.  

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*