Perdida en mi habitación

Empecé ayer. ¿O fue antes de ayer? Ya no me acuerdo, porque cada vez que se acerca la hora de hacer las maletas -da igual que sea para dos días, diez, o un mes- el estómago se me encoge y mi mente es incapaz de focalizar nada que no tenga relación con el equipaje. “Niños, no os acerquéis a vuestra madre que está haciendo las maletas”, recuerdo que decía mi padre con una cara en la que el miedo y la guasa se reflejaban a partes iguales, cada vez que se acercaba un viaje. Huíamos a nuestros cuartos implorando para que tal acontecimiento sucediera con la mayor brevedad posible. En aquel entonces maletas era sinónimo de nervios y nervios podía ser sinónimo de muchas otras cosas que obvio escribir. Porque mi madre, que siempre ha hecho maletas cum laude, mutaba de carácter cada vez que las hacía. Y, perdón mamá, daba miedo. Mucho miedo. Y su hija, o sea yo, esa que dijo que nunca jamás diría o haría eso que hacía o decía su progenitora, ha heredado ese mal carácter que envuelve el equipaje y, sin embargo, no su habilidad para hacerlo. Por eso yo hago las maletas a fuego lento. Con la calma. Amontonando. Eligiendo. Pensando. Con atención. Por eso digo que no se si fue ayer o antes de ayer cuando inundé mi cama de “ropa por si acaso” durante horas para luego reposarla sobre el suelo y que pasara –pasáramos- una buena noche mi marido y yo, sin nada que nos incomodara. Para mi tristeza no fue posible. Fue llegar a casa e irse. Todavía no ha vuelto. Imagino que fue la impresión de verme descontrolada, escondida entre esa gran diversidad de prendas –Semana Santa obliga- que formaban montañas de jerséis, camisetas, chaquetones, trajes de baño, cremas solares y neceseres. Muchos neceseres. Porque hay que ver lo que nos gustan las bolsitas y los frasquitos (todo en diminutivo). El caso es que me vio, puso cara de disgusto (¿o era de espanto?) se dio media vuelta y hasta hoy. No se nada de él. Ni de los niños. Creo que también se han largado. Les oí cuchichear con su padre. Y mirarme a hurtadillas. Y aquí estoy. Con el armario a cuestas. Perdida en la habitación. Sin saber que hacer. Se me pasa el tiempo. Como a Mecano. Menos mal. No estoy sola.
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