Qué bonito. Qué dúo. Rosario y Adrián. Mágicos.

 

Si todavía no le conocen, permítanme que se lo presente. Merece la pena. Y eso que tan solo tiene 9 años. Con lo que para ser así, mucha culpa debe de ser de sus padres y su hermana. Que le habrán llenado de amor desde el momento que vio la luz. Aunque quizás él la viera forma diferente, envuelto en ese halo que solo los grandes tienen al nacer. Llegó acompañado de una hidrocefalia, complicada enfermedad, y de una malformación en las manos. Recibió el nombre de Adrián y desde pequeño demostró un talento para la música excepcional. Hace unos meses colgó en YouTube la interpretación que hizo junto a su hermana Sonia -qué voz tan magistral- de la canción de Rosario “Qué bonito”. Es tan impresionante, que el vídeo ya ha sido visto por mas de seis millones de personas. En mi casa Adrian y Sonia son como de la familia. Mi marido y mi hijo han hecho de sus voces sus compañeras perfectas y, o cantan o tatarean junto a ellos muchas veces al día. Mi hija y yo, sencillamente, nos hemos enamorado de él. Bueno de él, de su hermana y de sus padres. La familia ejemplo. La que ves y quieres conocer. La que asume lo que lo toca sufrir y saca de ello lo mejor. La que ha hecho de este niño, con una sonrisa que enamora, un ejemplo de superación, de lucha y de fuerza. La que con una humildad ejemplar, agradece a la gente tanto cariño. Abrumados. Dicen estar abrumados. Abrumados nosotros. Por la lección que nos dan. Por su ejemplo, por su saber estar. Por la expresión de su cara cuando miran a su hijo. Yo lloré la primera vez que le vi. Y he llorado más veces. Pero nunca como lo hice al ver a Rosario, antes de ayer en televisión, esperando que se cumpliera su último sueño, conocer a Adrián, el niño con el que se hinchó a llorar al escucharle cantar su canción. El abrazo de los dos, lo que se dijeron, los rostros de los familiares, se quedará en mi retina para la eternidad. Como ese dúo que formaron de forma voluntaria y en directo estos dos monstruos. Rosario y Adrián. Una mujer y un niño. Unidos para siempre por una canción. “Qué bonito”. Qué bonito, sí. Con la emoción contenida y sin romperse ninguno de los dos, se lo dijeron. Y yo lo ratifico. “Qué bonito mi amor todo tu ser. Sí tu ser”.

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