Un hombre bueno

Me lié. Vi un sitio para aparcar, di un frenazo y di marcha atrás sin calibrar las posibilidades de que hubiera un vehículo detrás. Son esos momentos en los que una mujer siente como un vacío en su cabeza y no sabe lo que hace. Sus pensamientos están a miles de kilómetros y al ver la solución a su problema -en este caso de aparcamiento- no mide las consecuencias. El estruendo fue tal que la calle se paralizó. Parecía el momento crucial del juego de las estatuas al que jugábamos de pequeños los de mi generación. “Quietos”, pareció gritar alguien, y los ciudadanos de a pie se quedaron inmóviles con la mirada fija en mí. ¿Oí o intuí oír aquello de “mujer tenía que ser”?

El conductor del coche se bajó y solo con su mirada supe que estaba muerta. Le sonreí. Una sonrisa de oreja a oreja. Usé los trece músculos que necesitaba para realizar este gesto. Incluso los mantuve tensos para no perder la curvatura de la boca ni un segundo. Empezaron a sonar las bocinas de los coches. No perdí la compostura. Las mujeres sabemos que armas usar en cada momento. Se acercó y cuando empezó a gritarme me mantuve en mis trece. Músculos. Le pedí perdón de todas las maneras, mientras sonreía de aquí para allá. Sí perdone, perdón de verdad cuanto lo siento, que faena, en serio, que despiste, cada día estoy peor, si es que soy mujer, lo sé. Se fue enterneciendo. Lo intuí. Le pedí si le importaba que aparcara para dejar paso a esa masa en forma de atasco, que enfurecida reflejaban su malestar con las melodías de sus bocinas. Miré al señor y con toda la inocencia del mundo le pregunté, “¿es que ellos nunca han tenido un incidente así?” Levantó las cejas y asintió. Sonrió con complicidad. Por fin, apartados del mundanal ruido sacamos los papeles. Rompí a llorar. El coche no era el mío. Era el de mi “Él”, recién salido del taller. Nuevecito. Le había hecho el favor de recogerlo y ahora se lo iba a dar tocado. Casi tanto como yo. Tocada y hundida. Al pensar cómo decírselo. Entonces, él, no mi “Él”, comprendió. Estaba casado. Sabía lo que me esperaba al llegar a casa. Sonrió. Cambiamos los papeles. Culpable él, inocente, yo. Era 3 de octubre. Día Internacional de la Sonrisa. Desde entonces vivo sonriendo. Un hombre bueno. Sensible al poder de una sonrisa. Bendito sea.

3 comentarios en “Un hombre bueno”

  1. Vaya que refrescante…me definitivamente el ser humano es tan profundamente bueno …que siempre gana …esa parte divina.De aqui en adelante me voy a forzar en que esperar lo bueno, es una forma de atraerlo

  2. Llegue por casualidad a su comentario  al hacerse eco  Carlos GH. . Quizás no lo haya entendido bien el mensaje que intenta hacer llegar, pero creo trasladar la culpa de sus actos a un tercero por la reacción que pueda tener su «EL» no dice mucho bueno ni de usted ni de su «El» por muchas armas de mujer que pueda utilizar…Uno de los grandes males de nuestro tiempo es que no nos responsabilizamos de nuestros actos. 

  3. Verás, aunque te parezca mentira, a todos nos puede pasar un despíste conduciendo, no hay que ser mujer para ello, ni estar tonta, ni tener un mal día, simplemente despistarse.Tampoco, el afectado es un hombre excepcionalmente bueno, todos los dias hay miles de golpes como el tuyo y no vemos los períodicos llenos de necrólogicas por eso.Y por último, no sé lo que te esperaría en casa por el golpe, pero si es algo peor que algún comentario jocoso, empieza a pensar que un divorcio a tiempo es mejor que un mal pleito.Un saludo y por Dios mujer, no creas que ser mujer es lo peor que hay en el mundo. 

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