Una de 53

Se ha convertido en costumbre decirles alto y claro mi cambio de año. No quiero romper la tradición y mientras aquí siga lo celebraré junto a ustedes. Si me acuerdo. Porque si hay algo que falla con el paso de los años es la memoria. Fue ayer -¿o fue antes de ayer?- cuando le dejé el móvil a mi hermana para que hablara y mientras esperaba me puse histérica porque pensé que lo había perdido. Lo tenía ella pegado a la oreja. Fue ayer -¿o fue antes de ayer?- cuando teníamos la maravillosa costumbre de llamar por teléfono para felicitar a los amigos por su cumpleaños.

Ahora el WhatsApp se ha convertido en la voz universal y el efecto sorpresa de descubrir quien se esconde bajo el timbre de este sonido ha desaparecido. Hay voces que ya han muerto en el olvido. Fue ayer -¿o fue antes de ayer?- cuando nos mirábamos a los ojos al hablar para adivinar una y mil cosas en la mirada. Ahora, tristemente, las miradas siempre bajas se fijan en la pantalla de ese aparato inteligente (?) que ha roto la comunicación física con los que tenemos más cerca. Fue ayer -¿o fue antes de ayer?- cuando éramos jóvenes y en los restaurantes nos llamaban la atención si hablábamos demasiado alto. Hoy, deberían de hacerlo por lo contrario. El silencio en algunas mesas es aterrador. La mirada y las manos delatan que se han aliado con el gran enemigo de las relaciones humanas. Fue ayer -¿o fue antes de ayer?- cuando era capaz de llegar a mi destino en un santiamén (expresión que me lleva al pasado) sin tener que bordear la M-30, la M-40 y la M-50 por un nuevo  despiste.

Como antes de ayer -de verdad- cuando, con mi amiga Leti, tardé en llegar una hora a un destino de que tan solo estaba a 5 minutos. Entre que ella no ve de cerca (es mucho mayor que yo) y yo no veo de lejos, con el intercambio de gafas el viaje se convirtió en un despropósito. Y fue ayer -¿o fue antes de ayer?- cuando el respeto era un valor  supremo. Hoy, no encuentro antónimo para este término que nos inculcaron desde pequeños. O sí. El anti valor. La repugnancia. El que me da esa escultora (sí, con desprecio) que ha roto todo molde de educación al esculpir con sus sucias maneras la estatua del perro que sodomiza a una mujer y ésta al Rey Emérito. No entiendo que se considere arte esta barbarie. Pero así ha sido. ¿Y mañana? ¿Que será?

IMG_7325

 

Un comentario en “Una de 53”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*