Volver a empezar. Gracias TELVA

Bloqueo total. Pierdo la cuenta de las horas que llevo frente al ordenador en estado lineal sin que mi cerebro haya dado señal de actividad alguna. Soy una infeliz. Ni una sola idea coherente para desarrollar, lo que se traduce en el abandono definitivo de la inspiración, con la consecuente pérdida total de ingenio. En el caso de que hubiera o hubiese existido. ¿Cómo es posible? Toda la vida escribiendo y a los 54 años pierdo la facultad de hacerlo. Empiezo a pensar que en la entrevista di el pego. Si no, no me encontraría inmersa en un ataque de pánico, ¿o panic attack? , con el miedo escénico agarrotando mis dedos. La culpa la tiene TELVA. Tantos años admirando la revista –y tantos recuerdos atesorados desde mi juventud en esas páginas arrancadas– me imponen, y cualquier indicio de creatividad queda destruido al pensar que mis palabras van a salir impresas. ¿Y si lo hago mal? Encima, sí encima, no me lo ponen fácil. Quieren que me aleje de mi tono serio y no me dejan plasmar la inmensidad –o intensidad– de mi mundo interior.

Nunca olvidaré el su surro de su voz. El de Olga Ruiz, la directora, cuando emitió esas palabras: “Quiero que escribas con humor, nada de seriedad”. Respondí con un pequeño asomo de ansiedad, “¿pero no puedo escribir nunca en serio?” Contestó rotunda: “¿Tú? Ni hablar”. Antes de cometer la imprudencia de rebatir su teoría, tuve la prudencia de callarme. La propia situación se impuso ante el descontrol de mi cerebro y me tragué las palabras que quise decir: “¿es que nadie me puede tomar nunca en serio?”. Acertada decisión si consideramos que estaba en plena entrevista de trabajo. Sonreí. Al menos por un momento mi sesera parecía haberse puesto de mi parte. Volví a sonreír. Y recordé. La diapositiva con la que inicié la conferencia que dí en ese espacio que enamora llamado “Cómo”: “Cómo cumplir 50”. En ella una cita, una de esas frases siempre de otros –moriría por ver mi nombre firmando alguna de ellas– que han sido mi mejor auxilio en el devenir de ese inmenso –o intenso– mundo interior al que no tendrán acceso los que tengan la delicadeza de leerme. De tal profundidad como la que usé. “La vida es corta, sonríe mientras todavía tengas dientes”. Obvia decir el desconcierto del público antes de que la primera carcajada –probablemente de mi madre,– contagiara a la segunda y aquello se inundara de sonrisas. ¿Se puede pedir más? A partir de ahí todo fue sobre ruedas, a pesar de la permanente traición a la que me sometió mi memoria y se me fuera el hilo de la conferencia en diferentes ocasiones. “¿Y qué?”, me dije recordando las palabras que utiliza una íntima amiga para quitar importancia a tantas cosas que no la tienen. “¿Y qué?”, si la memoria no obedece y las conversaciones –sobre todo en el universo femenino– empiezan para casi nunca acabar al ser interrumpidas, precisamente, por otras conversaciones totalmente antagónicas. Me reí de mí misma –empieza a convertirse en una costumbre– e inmediatamente sentí una corriente de energía positiva generada por los allí presentes identificados con el despropósito de mujer que aquí suscribe. Continúe mi accidentada disertación y hablé de lo cotidiano, de esas pequeñas cosas que se hacen extraordinarias, precisamente, por la sencillez de las mismas. Las mismas que espero saber compartir con
vosotros.

Tratando de unir las letras con las que formar palabras llenas de vida y saber envolverlas de sentido del humor, ese sentido que como decía la polifacética Mae West, es el que ayuda a sobrellevar a los otros cinco. El que debe prevalecer siempre. Y si es posible de la mano de la ironía, para descargar de gravedad esas cosas que nos estorban en la vida y crear nuevas verdades sonriendo o riendo. Ante cualquier situación o persona que se tuerza en tu camino o ante cualquier “típico con tópico”. Desde un “Él” aferrado a un mando a distancia a una “Ellita”, ladrona compulsiva de cualquier pieza del armario materno, pasando por ese “Ellito” en cuya existencia prevalece el amor que siente por un instrumento tan agradable como la batería ante la salud mental de su familia. Y ser capaz de quitar importancia a esos hechos tan “graves” –por repetitivos– que despiertan en ti instintos asesinos. Sí, porque yo también les mataría, en el sentido menos literario de la palabra. Como ellos a mí. Porque un poco de autoanálisis tampoco viene mal. Y no debe ser fácil, no, convivir con una mujer en continúa lucha con su cuerpo y con su cerebro, ambos decididos a desobedecer cualquier tipo de orden y a vivir a su libre albedrío. Del primero ni hablamos. Solo me repercute a mí misma. Del segundo, ¿qué decir? Maldito enemigo. Si le pido que se acuerde de algo me ignora; cuando le ordeno que controle el tic que tengo en el ojo derecho intensifica el parpadeo y, en caso de que necesite con urgencia que me diga el nombre de la persona a la que llamo, mira para otro lado. Sencillos ejemplos que a más de uno le sirven para tildarme de alocada. ¿Y qué? Reírse de uno mismo, lo sé, es la mejor terapia para enfrentarse a los problemas y esto ha de prevalecer en mi existencia. Por eso y por mucho más doy las gracias a Olga Ruiz y a TELVA. Por permitirme reflexionar con humor de la vida, tan real, que lleven mis palabras. Como la de tantas y tantas mujeres que hay en este mundo, cuya existencia, loca, les hace tener ese punto irreflexivo. Me atengo a lo acordado y memorizo las palabras de la inigualable Diana Vreeland, “no temas ser vulgar, solo aburrida”. Lo intentaré. Ojalá los lectores, sean indulgentes conmigo. Mi estilo es, y será, el mundo. Con una sonrisa.

3 comentarios en “Volver a empezar. Gracias TELVA”

  1. Me aburro fácilmente leyendo pero cuando tengo la oportunidad de leer lo que Marta Barroso escribe, lo hago con muchas ganas porque aunque no se ha dado cuenta su manera de escribir siempre me saca una sonrisa y sobre todo no me aburre. Un beso y mucho éxito en este nuevo comienzo.

  2. ¡ Enhorabuena Marta y a Telva por el fichaje! Los que hemos tenido que volver a empezar, entendemos perfectamente tu reacción y tus emociones, pero lo mejor de todo, es que una vez más se demuestra que los sueños se cumplen cuando realmente luchas por conseguirlos.
    Te deseo lo mejor en esta nueva etapa, que seguro será otro gran éxito profesional, como ya tienes acostumbrados a los que te conocemos.
    El pánico escénico se supera con el tiempo y a fuerza de enfrentarte una y otra vez a ello terminas dominando el escenario.
    Tú lo has conseguido a la primera.
    Te seguiremos de cerca y por supuesto, con una gran sonrisa.

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