Cada vez que lo leo me pongo a temblar. Abrefácil. Lloro. Soy absolutamente idiota. No lo entiendo. No lo consigo. No soy capaz. A lo mejor estoy equivocada y el término no significa lo que yo creo. Lo desconozco. Además de idiota, ignorante. Busco en el diccionario. “Abrefácil. Sistema de apertura de ciertos envases herméticos, como latas o tetrabriks, que permite abrirlos con las manos sin necesidad de ningún utensilio”. Me preocupo. Es exactamente lo que yo pensaba. Las lágrimas bañan mi rostro. Además de idiota e ignorante, soy un zoquete. Persona a la que le resulta difícil comprender las cosas aunque sean sencillas. El llanto me produce hipidos. La autoestima por los suelos. Además de idiota, ignorante y zoquete, soy boba. De corto entendimiento. Cortísimo. Me he vuelto a cortar. Con la lata. Abrefácil. Y además de llevarme el dedo me he llevado el anillo con el que era tan fácil abrir la susodicha lata. Una vez más. Sin dedo y sin anillo. La latita a la basura. Y yo asumiendo mi personalidad. Además de idiota, ignorante, zoquete, y boba, estoy tarada. Sufro tara física (el dedo, “además de” ) y psíquica (sin comentarios).
Pero no me rindo. Me enfrento a un nuevo reto, el tetrabik. Desafío total. Desafío extremo. El de la leche. Manos a la obra. Nada. Insisto. Nada. Persisto. Negativo. “Con la boca”, decido. Dientes a la obra. Me lo dejo. El diente. Clavado en el cartón. El del tetrabik. El de la leche. Mala, muy mala. Leche. Que de abrefácil poco. O nada. Que ya me gustaría saber quién se inventó tan envenenado término. Y tan falsa definición, “que permite abrirlos con las manos sin ningún utensilio”. Mentira. Al final, sí o sí, lo abres con una tijeras. O lo rajas con un cuchillo. Haciendo una hendidura profunda. Para que salga la leche. La mala leche. Del tetrabik, por supuesto. Porque tú, además de idiota, ignorante, zoquete, boba y tarada, eres una osada. Que sin dedo, sin diente, con lágrimas en los ojos e hipidos incluidos, te lanzas a esas cajas que contienen, por ejemplo, finas lonchas de jamón. Cubiertas con una fina tapa de plástico. Que “abre y cierra más de doce veces”. Tiemblo. De la emoción. Y descubro. Que para abrirla tengo que agujerear su superficie. Con decisión. Ahora, ¿quién es el listo que la cierra? Doce veces. Ya.