Cosas que pasan

Me encuentro con el mando de la televisión en la mano e intento acordarme de a quien iba a llamar. Miro los números y no lo consigo. Lo dejo. Ya me acordaré. Cojo el móvil y trato de cambiar el programa que hay en la televisión. Intento adivinar qué es lo que tanto me apetecía ver. Abandono. Me voy a sacar dinero y cuando llego al cajero no encuentro la tarjeta de crédito. Histérica me pongo a pensar. Es imposible, la tenía en la mano, es la única que tenía en la mano para no buscarla y perder el tiempo al llegar allí. Mi hija se va de viaje en diez minutos y no tiene un euro. Yo tampoco. Pero la máquina me los dará, con comisión de futuro incluida e intereses del banco. Que alucino con la cara dura que tienen estas entidades. Que rozan la usura. Van a por todo. Pero ahora no voy a pensar en ello que me angustio. Miro por todos lados, enciendo la linterna del Iphone -de cuántas situaciones peligrosas me ha salvado esta linternilla-, busco, rebusco, deshago el coche, me quedo pegada a algo que han debido de derribar mis hijos cuando me lo han cogido, se me mete la arena de la playa en los ojos -aunque esté en la ciudad- al levantar las alfombrillas, encuentro varias botellas de plástico de diferentes tamaños vacías, diferentes tipos de papeles y unas cuantas pelotas de padel que ruedan a su libre albedrío, pero de la tarjeta ni asomo. Empiezo a sudar. De calor y de nervios. El tiempo apremia y decido pedir prestado antes de que mi hija vuele sin dinero. Ella, que junto a su hermano es la causa de mi ruina. Me dejan dinero -no saben lo que hacen-, la niña se va y yo sigo la búsqueda. Al llegar a casa abro el cajón que hay debajo del asiento del conductor para coger el mando con ayuda del sentido del tacto. Pronto toco con los dedos algo pequeño y rectangular pero más fino de lo habitual. Lo saco feliz y lo dirijo de manera autómata a la puerta. Presiono pero no se abre. Presiono con más fuerza. Hasta que pego un grito de alegría. Es la tarjeta, la tarjeta de crédito que había dejado allí al salir del garaje, para que no se me olvidara y encontrarla con más facilidad. Del mando ni rastro. Pero no importa. Ya se lo cogeré a mi marido.

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