Montoro, Montorito

Esperaba ansiosa la llegada de mi paquete. Me levantaba a diario con la ilusión de que hubiera llegado. Me había lanzado al vacío y en un ataque de modernidad  sublime, me encargué un jersey para mí y otro para mi hija de una marca americana. Traspasando fronteras. Globalización. Me sentí ultra moderna una vez realizado el pedido con total corrección. Me costó, lo reconozco, pero lo conseguí tras dos o tres horas -no más- luchando con el ordenador, con el usuario, con la contraseña (qué mal nos habremos portado los humanos para que el sistema nos castigue una y otra vez con múltiples contraseñas y su correspondiente memorización), con la firma, con los errores, con el pago, con la tarjeta adecuada, con el mensaje que recibes para el código que has de poner para confirmar tu compra, con el cuelgue del ordenador en el momento más inoportuno, con la pérdida de gafas cuando has de poner ese código y la consiguiente expiración del código válido. Vuelta a esperar pero no pasa nada. Ese jersey es tuyo por encima del tiempo que tengas que malgastar. Porque es el jersey de tu vida y el de tu hija. A las tres de la mañana era mío. O eso pensaba. Porque ayer me encontré con un gran sobre con remite Centro de carga Madrid Barajas. Me asusté. ¿Qué habría encargado que pesara tanto? ¿Habría repetido una y mil veces el orden de compra y en vez de dos jerséis me mandaban la tienda entera? Un sudor frío recorrió mi cuerpo. Pensé en Él. Mi cuenta bajo mínimos y Él tendría que hacerse cargo del peso de mi culpa. Miré el interior. Mi envío estaba retenido en la aduana. Ya no sudaba. Era una gota en mi misma. “¡Drogas!”, pensé. “Me han metido drogas en el paquete”. De inmediato me sentí protagonista de “El expreso de medianoche”. Como pude llamé al teléfono de información y entonces comprendí. Los envíos que no llegan de la Ce son requisados aleatoriamente. Y si te toca, pagas. Me tocó. Dos miserables jerséis además de provocarme casi una parada cardiaca, eran responsables de que tuviera que pagar nuevas tasas. Más tasas. Más impuestos. Porque los que me atendieron, me indicaron que aquello dependía de la Agencia Tributaria. Montoro, Montorito, deja ya de tocarme los bolsillitos. Y yo que no sabía de que escribir, va el Demonio y viene a verme.

Un comentario en “Montoro, Montorito”

  1. La codicia recaudatoria supera el bochorno, los más insospechados tributos por doquier y por cualquier via, abusivos, desmesurados. Una verguenza al acoso que se somete al ciudadano. El gran delicuente no lleva media y arma blanca. Expolia desde un banco o satura las carreteras de radares.

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